22 may 2010

Multas de 500 euros por manifestarse contra las prisiones [Galiza]


Tras la marcha a la cárcel de Teixeiro, no solo nos pinchan veintidós ruedas, si no que ahora, además, pretenden multarnos por un total de 20.000 euros (500 por cabeza).
Al terminar la habitual marcha navideña a la macrocarcel de Teixeiro, que como todos los años desde hace más de una década venimos realizando el sábado más próximo a navidad, cual sería nuestra sorpresa al descubrir que las ruedas de la mayoría de nuestros coches habían sido pinchadas con saña y alevosía. En algún caso dos ruedas, lo cual nos hizo esperar por las consiguientes grúas hasta altas horas de la madrugada, soportando bajísimas temperaturas y la provocación constante de las “fuerzas del orden”.En tan solitario paraje solo dos colectivos profesionales (por decir algo) pudieron perpetrar tamaña fechoría: o los carceleros, a los que llamamos de todo menos bonitos cuando salían del presidio al acabar sus respectivos turnos, o los guardias civiles que con provocativa chulería escoltaron nuestro recorrido. Bueno, al fin y al cabo a quién si no a semejantes individuos, de la peor ralea e ínfima catadura moral, podían molestarles nuestras demostraciones de solidaridad para con las personas presas y nuestra denuncia del sistema carcelario, pues son ellos, a la postre, quienes se alimentan de él.
Pero no acaba ahí la cosa, claro que no, la subdelegación del gobierno no podía dejar impune el horrible crimen de dejar patente nuestro rechazo visceral al entramado penitenciario, así que, seis meses después de la manifestación (pacífica, que todo hay que decirlo, no vayan a pensar ustedes que nos dedicamos a tirarles piedras a los policías y a quemar mobiliario urbano) comienzan a llegarnos sanciones administrativas de 500 euros cada una. Y es que por lo visto causamos “desordenes graves en las vías públicas” por el simple hecho de de cortar un solo carril de una carretera por la que nunca pasa nadie, mientras los picoletos desviaban la circulación a través del otro carril sin el más mínimo inconveniente. Para remarcar semejante sanción añaden que al llegar al centro penitenciario quemamos una “réplica del mismo”(¿?) y lanzamos bengalas; una “réplica del mismo” hecha en cartón que se consumió tranquilamente en el arcén de la carretera hasta convertirse en nada, y unas bengalas que no tuvieron otro efecto que el de iluminar la noche con vivos colores sin mayor perjuicio para persona, animal o cosa. Quizá debimos lanzarles las bengalas a la cabeza a los “picolos” y quemar la cárcel de verdad en lugar de la de cartón, así por lo menos haríamos proporcionales nuestros actos con las sanciones impuestas y no se nos quedaría la cara de gilipollas que se nos quedó tras la llegada del cartero.
El sistema nos aporrea por ambos lados: por la vía legal, sancionando una manifestación pacífica con 500 euros de multa para cuarenta personas (hablamos de un total de 20.000 euros, mas de tres millones de las antiguas pesetas), y por la vía del sabotaje pinchándonos 22 ruedas, crimen este que aún a pesar de que algún “alma cándida” decidió denunciar quedará obviamente impune, si acaso no es premiado con una felicitación, con alguna medalla o con un ascenso.
Aunque nos cogió por sorpresa la verdad es que no nos extraña en absoluto la actitud de las autoridades. Desde hace tiempo que se está viendo venir la deriva represiva por la que se precipita la sociedad. Una nueva represión “de guante blanco” que elimine de manera quirúrgica pero inflexible cualquier asomo de rebeldía. Sin sangre ni huesos rotos que tan mal quedan por la televisión, al fin y al cabo los golpes cicatrizan en pocos días pero las sanciones económicas, para el pobre, son mucho más difíciles de curar. Medio sueldo de un mes por manifestarte pacíficamente, a la par de intimidar al activista (incapaz de hacer frente a semejante descalabro) engordan las arcas de ese mismo estado al que se pretende combatir. Pretenden convertir nuestros centros sociales en sucursales de hacienda, donde los rebeldes dediquen sus esfuerzos a nutrir de recursos económicos a su enemigo; todo a base de multas y sanciones por las más absurdas de las faltas administrativas: si pegas carteles ¡multa! si te manifiestas ¡multa! si haces una pintada ¡multa! si organizas charlas, debates o cualquier actividad sin permiso ¡multa! ¡multa! ¡multa!
Nos abalanzamos corriendo hacia el fascismo y, aun por encima, son tachados de fascistas aquellos que advierten del rumbo totalitario que enfila esta sociedad. El mundo se está convirtiendo en una pesadilla Orweliana en la que las nuevas tecnologías son el mejor aliado de una represión tan salvaje como aparentemente incruenta. Nunca jamás en la historia tanta cosas estuvieron prohibidas, el número de delitos crece al mismo frenético ritmo que crecen el número de personas presas (más de 70.000 presos, cuando la supuesta “democracia” española se inició con solo 15.000) pues cada día se convierten en delito cosas que ayer no lo eran. Los márgenes que encorsetan al ciudadano se vuelven cada vez más estrechos a la par que la publicidad que nos bombardea nos hace creer que nuestra libertad aumenta junto a nuestra capacidad de consumo.
Y mientras tanto en las cárceles, esa gigantesca alfombra bajo la que barrer las consecuencias de la miseria del sistema, se caen las caretas democráticas con las que el estado pretende confundir al aborregado ciudadano. Allí, alejados del mundanal ruido y de la inoportuna mirada de los curiosos, el sistema se puede mostrar como lo que es: una maquinaria injusta y totalitaria de administrar injusticia y represión. Sin ir más lejos en Teixeiro se suceden las muertes en extrañas circunstancias (como el reciente caso de Antonio Pallas y otos igualmente recientes pero menos conocidos) o las palizas (en Abril denuncio el preso independentista vasco Sergio Polo, pero podríamos hablar de infinidad más), crímenes probablemente perpetrados por esos mismos carceleros que, borrachos de impunidad, pincharon las ruedas de aquellos que les afean la conducta o que, simplemente, se solidarizan con sus victimas.
Pero a los que ahora nos toca pagar es a nosotros porque, al fin y al cabo, por muy injusto que sea, ellos son la justicia. Podrán tener la ley pero no tienen la razón.
No conseguirán callarnos:

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