13 feb 2011

Joan Aguilà Vendrell, un anarquista de principio a fin

A continuación presentamos una pequeña y muy bonita biografía del anarquista catalán Joan Aguilà Vendrell, relatada por su propia hija.

Tengo deseos de explicaros como se vive con un padre anarquista, hace 5 años que falleció y aún le hecho mucho de menos, fue mi mejor consejero.
Todo lo que voy ha explicar, son testimonios suyos, no interviene fragmentos de ningún libro, fueron sus palabras explicadas en nuestras tertulias familiares, donde yo tomaba notas para no olvidar las historias que relataban mis padres. Mi madre era extremeña de familia humilde y campesina con ideología socialista que contrastaba con las ideas de mi padre, pero le gustaba la forma de vida de él.Joan nació en Barcelona en 1926, hijo de obreros catalanes, su infancia fue mísera como la mayoría de las gentes. Cuando se promulgó la República, en Cataluña se luchaba por un Estado catalán, en su infancia asistió a escuelas libertarias, aunque mi abuelo era de Esquerra Republicana, el anarquismo tenía fuerte presencia y no suponía ningún desprestigio. Todos los acontecimientos que ocurrieron en aquellos momentos como la revolución del 34, él lo vivió convulsivamente por la represión y el encarcelamiento de Lluís Company. Después cuando el Frente Popular ganó las elecciones en Febrero del 36, el vivió aquel júbilo de entusiasmo en el ateneo del Barrio del Clot de Barcelona donde había nacido.

Durante la contra-revolución a mi abuelo le enviaron al frente de Jaca y mi abuela seguía trabajando en una fábrica de hilaturas, él se hacía cargo de sus hermanos, pero vivía como si formara parte de su vida con los anarquistas, él no era muy consciente de la guerra, aún no tenía los 10 años y en Barcelona veía todos los movimientos y preparativos que se estaban haciendo, convivía en la calle y le gustaba la libertad que se respiraba, la escuela, el ateneo, la huida de los empresarios y los curas, pero todo eso duró poco, presenció con sus ojos y emociones en la Iglesia de Sant Andreu como un cura subido en el campanario con un fusil se defendía a tiro limpio por el acoso de las milicias hasta que cayó abatido, pero el cura se había cargado a varios milicianos y él ayudó a llevar a un miliciano mal herido al dispensario. Después llegaron los bombardeos a Barcelona, donde explicaba con especial atrocidad y con los ojos cristalinos la barbarie cometida, asustado y tembloroso por los silbidos de las bombas refugiándose debajo de la cama porque no daba tiempo de ir con su familia a los subterráneos del metro.

Vivió como muchos de sus vecinos estaban muertos y su maestro y los anarquistas que a él quería, su escuela, todo. El trauma le condujo hacer pillajes para poder comer y sobrevivir porque cuando escaseaba los alimentos se iba ha robar a los campos y al mercado de abastos, como el decía se alimentó de aceitunas y plátanos porque el racionamiento era muy escaso.

En su adolescencia, fue un rebelde empedernido, tomó como oficio herrero y cerrajero y recogía cartones, maderas, proyectiles para el reciclaje de estas materias, la posguerra fue especialmente dura. Cuando lo llamaron para hacer el servicio militar no se presentó y estrenó la mili en el calabozo con un problema añadido, la lengua, anteriormente ya había recibido muchas ostias junto a su padre y horas encerrados en comisarías por no saber hablar castellano; no era cuestión de orgullo, era sencillamente que no sabían hablar castellano y le entró con sangre, cuantas veces decía que no sabía escribir castellano porque tampoco le enseñaron los fascistas.

Después de dos deserciones por el maltrato y castigos, le cogieron la guardia civil cerca de la frontera de Francia, donde se iba a reunir con mi madre, cartas que se escribían con códigos que ellos solo sabían basado en películas que habían visto en el cine. Mi abuela avisó a mi madre que no se marchara porque lo habían capturado.

Le hicieron consejo de guerra y lo encarcelaron en el Castillo de Montjuich, le cayeron 5 años, pero las condiciones inhumanas de los calabozos pocos salían de allí con vida, muchos se lesionaban a propósito para salir de aquel agujero inmundo pero las infecciones acababan con sus vidas. Las vejaciones eran el orden del día, y cuantas veces, decía él, que hubiera deseado que la guardia civil le hubiera metido un tiro en la sien y haber muerto en la montaña del Canigó.

Le vino un indulto, porque la hija de franco cumplía mayoría de edad y le tocó por los pelos, pero estaba enfermo y muy delgado, le recibieron mi madre y mi abuela, lo cuidaron y lo amaron, pero su cartilla militar estaba señalada como un tipo peligroso, con un sello especial que advertía que no podía marcharse fuera del país.

Le costó encontrar trabajo, en aquella época siempre pedían la cartilla militar como requisito entre todos los papeles, pero tuvo suerte porque quién le conocía le apreciaban y también eran supervivientes de aquella atrocidad.

Sus ideales se forjaron en la dictadura y aunque tuvo que comulgar con muchas cosas, fue un anarquista auténtico, empezando por su familia, jamás olvidaré su forma de vida, como en casa y en la calle sus principios estaban por encima de todo, yo fui libre sin saber lo que significaba la palabra libertad porque en casa se vivía así, mis hermanas y mi madre nunca vivimos un hombre machista, siempre salíamos al campo faltando a la escuela para disfrutar de la vida en la medida de lo posible. Yo recibía muchos castigos en el colegio porque contrastaba con la educación fascista con el omnipresente caudillo y sus gloriosas hazañas de salvación sobre los rojos, de las historias y forma de vida en el seno de mi familia. Nuestra pobreza económica era mísera como muchísima gente, pero los valores de mis padres eran muy enriquecedores.

En 1961, el cayó muy enfermo, estuvo ingresado 6 meses en el Hospital, le desahuciaron por una enfermedad que en aquel tiempo era desconocida, mi madre se vio acobardada y la ayuda que le ofrecieron las burguesas de la sección femenina fue meternos en un orfanato mi hermana y mi, la pequeña solo tenía un año, después de 6 meses terribles con la angustia de que mi padre resistiera su enfermedad, resultó ser un engaño atroz, mi madre no sabía lo que nos estaban haciendo y lo que hacían a mi padre, el sirvió de cobaya alargando su estancia en el hospital, hasta que un buen día, un buenísimo día, mi padre se escapó del hospital y nos vino ha buscar al orfanato, fue tal la liberación que sentimos que aún se me pone la carne de gallina cuando lo explico.

Después de aquellas pesadillas, jamás nos separamos, pero las luchas seguían, en el barrio las luchas vecinales fueron un signo de identidad auténtico, la dejadez de las instituciones hizo que nuestros movimientos y la autogestión entre vecinos, encontráramos un espacio real y cultural, mi padre organizó muchas cosas muy interesantes, metido de lleno en una clandestinidad que no le hubiera importado morir por una causa combativa contra su enemigo de casi toda su vida.

Maijos Cuacos

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