22 nov 2011

Buenaventura Durruti


Ya en 1931, una pluma nada sospechosa de simpatía hacia el anarquismo, Ilya Ehremburg, escribía sobre él: «Era un obrero metalúrgico que había luchado en las barricadas. Luego, asaltado bancos, arrojado bombas y secuestrado jueces. Antes había sido condenado a muerte tres veces: en España, en Chile, en Argentina. Ha pasado por innumerables cárceles y ha sido expulsado de ocho países. Ningún escritor se propondría narrar la historia de su vida: ésta se parece demasiado a una novela de aventuras».

Nació en León en 1896, su padre le llevó siendo todavía muy joven a trabajar de aprendíz de mecánico con Melchor Mártinez, un socialista destacado de su ciudad natal que aseguró a su padre que haría de él un buen mecánico, “pero también un buen socialista”. En 1912, Durruti ingresó en la UGT, pero no tardaría en sentirse incómodo ante la moderación de la socialdemocracia. Después de abandonar el taller, trabajó como montador de lavaderos de carbón y pronto se vió envuelto en la lucha de unos mineros que pugnaban por expulsar a un ingeniero antiobrero. Entre todos lograron echarlo. Durante la huelga general de 1917, Durruti desplegó una intensa actividad, contribuyendo a la quema de locomotoras y al levantamiento del tendido de las vías de los trenes lo que conllevó el despido de la empresa, así como a ser buscado por la guardia civil que lo tenía fichado. También fué expulsado de la UGT, por su radicalismo.

Después de ingresar de la CNT, Durruti huyó a Francia, para volver a efectuar diferentes misiones de agitación hasta que fué detenido por la guardia civil y trasladado a San Sebastián, sometido a un Consejo de Guerra y encarcelado, pero logró evadirse. En 1920 se encuentra en Barcelona. Por aquella época organiza el grupo llamado «los justicieros», cuyo terreno de acción se repartía entre Aragón y Guipúzcoa. Una de las misiones que se plantearon fue la ejecución de Alfonso XIII que debía de asistir a la inauguración del Gran Kursaal de San Sebastián, pero el intento fracasó por una denuncia. En 1921 pasa por Andalucía trabajando en una campaña de propaganda anarquista. El 9 de marzo, un día después del asesinato de
Eduardo Dato, fué detenido en Madrid, pero logró engañar a la policía y escapar a Barcelona; se ignora su grado de participación en el atentado.

Con el mismo grupo que se llamará también «Crisol» organiza una respuesta a la violencia gangsteril de la patronal catalana. En esta pequeña guerra civil de clases, el grupo se cohesiona con militantes que serán futuros cuadros cenetistas: Francisco Ascaso, Juan García Oliver, Miguel García Vivancos, Ricardo Sanz, etc. El acto más célebre perpetrado por el grupo será el atentado contra el reaccionario Cardenal-arzobispo de Zaragoza, Juan Soldevila, que según Pío Baroja:
«conferenciaba en Reus con los jefes de la patronal de Barcelona y les daba consejos para atacar a la organización sindicalista obrera». Otro acto espectacular fué el atraco a mano armada del Banco de España de Gijón, Durruti logró huír y días más tarde liberar a su compañero Ascaso que se encontraba en prisión. Con éste se marcha a Francia, donde ambos organizaron con otros anarquistas «La Editorial Anarquista Internacional».

Poco antes de concluír 1924, los dos embarcaron hacia Latinoamérica. Sus actividades revolucionarias les llevaron a Cuba, donde ejecutaron a un patrón particularmente odiado, luego a México, Uruguay, Chile, Perú, Argentina. En una ocasión, necesitados de seis millones de pesetas para conseguir la libertad de 126 anarquistas, inician una serie de asaltos a casas bancarias que comienza en España, con el Banco de Cataluña, siguen en México y luego por los países del Pacífico, asientan sus bases en Chile, donde obtuvieron un buen botín, llegan a la Argentina, donde asaltan el Banco de San Martin, cruzan el Río de la Plata, llegan a Montevideo donde realizan otros asaltos con éxito.En sus actuaciones siempre había un trasfondo idealista y antiburgués, su violencia nunca fué gratuíta.

De regreso a Europa, al poco tiempo se encontraban en París donde conoció a Majno, que le causó una honda impresión. De nuevo trató inútilmente de asesinar a Alfonso XIII. Fueron detenidos por la policía francesa y una multitud de gobiernos, empezando naturalmente por el de Primo de Rivera, exigieron su extradición. No obstante, una importante campaña de solidaridad lo impidió, y en 1927 consiguió un indulto. Durruti por entonces tenía una compañera, Emilienne Morin, que no le abandonará nunca y con la que tendrá una hija.

Durruti se afilió a la FAI y se convirtió en su militante de base —siempre rechazó los cargos—. En los primeros años de la II República, fué uno de los inspiradores de la línea llamada de la «gimnasia revolucionaria» que lo llevaron a actuar en diversas insurrecciones locales en Cataluña hasta que fué detenido por los acontecimientos revolucionarios del Alto Llobregat y deportado a la Guinea llamada española, pero no fueron aceptados por el gobernador y se quedaron en Fuerteventura (Canarias). Fué liberado inmediatamente, y se dedicó a preparar una insurrección para principios de 1933, cuyo acto más conocido sería el de Casas Viejas. El fracaso hizo mella en su ánimo, consideró que «las condiciones no estaban maduras, aunque también es cierto que estamos atravesando un período revolucionario y no podemos permitir a la burguesía que domine la situación haciéndose fuerte desde el Estado». Su finalidad no era una revolución encabezada «por una minoría que después impondrá su dictadura al pueblo», y veía «el sistema capitalista y estatal, herido de muerte tras el levantamiento de los mineros del Alto Llobregat».

Continúa sus actividades hasta que es nuevamente detenido cuando formaba parte del Comité Nacional Revolucionario que preparaba un alzamiento -ajeno a la Huelga General que preparó la Alianza Obrera-, contra el gobierno radical-cedista. Liberado en víspera de las jornadas de julio de 1936 aboga por la unidad revolucionaria contra el fascismo. Durante estas jornadas, Durruti fué uno de los que animarpn la ocupación del cuartel de Atarazanas, y también uno de los del "petit comité" que se negó a asumir las responsabilidades de un poder revolucionario y apoyó la entrega de las riendas del gobierno catalán a Companys, contra el que había luchado en tantas ocasiones.

Forma parte del Comité Central de las Milicias Antifascistas y crea la legendaria «Columna Durruti» al frente de la cual asume tareas militares marchando hacia el Frente de Aragón, y más tarde, al de Madrid. Allí se distingue por su arrojo hasta que muere en condiciones dudosas. Su muerte es uno de los grandes enigmas de la guerra civil. Las hipótesis van desde el torpe accidente hasta un atentado estalinista, pasando por una traición dentro de sus propias filas, o una bala perdida de los fascistas. En este cuadro se inserta una polémica sobre la naturaleza de sus posiciones políticas. Para unos, Durruti se había plegado a las posiciones de la dirección de la CNT-FAI y había proclamado que había que renunciar a todo —la revolución menos a la a victoria —militar—; mientras que para otros, que se apoyan en sus declaraciones al periodista Van Passen del Star, de Toronto. En estas, Durruti sigue fiel a sus posiciones habituales, se pronuncia radicalmente desconfiado de la ayuda exterior —potencias democráticas, URSS— y del propio gobierno republicano «que podría necesitar estas fuerzas rebeldes para aplastar el movimiento de los trabajadores». Preconiza la revolución y afirma:
«…Somos nosotros los que hemos construido estos palacios y estas ciudades aquí en España y en América y en todas partes. Nosotros, los trabajadores, podemos construir otras en su lugar y mejores. No nos asustan las ruínas. Vamos a heredar la tierra, no nos cabe la menor duda. Que la burguesía haga trizas y arruíne su propio mundo antes de abandonar la escena de la Historia. Nosotros llevamos un mundo en nuestros corazones. Ese mundo está creciendo en estos instantes».

Su entierro, celebrado en Barcelona, reunió a una impresionante multitud, se dice que es el entierro mas multitudinario que se ha visto en la ciudad condal, calculándose que acudiero más de millón y medio de personas. Su leyenda de gigante ha ido creciendo como una bola de nieve.

-Entre sus biografías, la más conocida es la de Abel Paz quién también será coautor del guión de la vibrante película documental Durruti en la revolución española (Paco Ríos, 1998).
-Otro film documental, Buenaventura Durruti, anarquista, fue dirigido por Jean Louis Comolli, y contó con la colaboración de Albert Boadella y Els Joglars.
-Durruti también será evocado en Libertarias (1996), de Vicente Aranda.
-También destaca el "collage" escrito por el ensayista germano Hans Magnus Enzensberger, El corto verano de la anarquía (Anagrama, Barcelona, 1998), sobre la que Pasolini escribiría que «Enzensberger ha dado una extraordinaria lección a los historiadores profesionales: ha inaugurado,
nada menos, un método nuevo, ¡Vaya con el collage! La Historia sólo puede ser entendida si es interrogada desinteresadamente».
-Joan Llarch escribió La muerte de Durruti (Plaza&Janés, 1979).
-Edmundo Marculata efectuó una edición propia de su inquisitiva Las seis muertes de
Durruti
(Barcelona, 1984).
-También Miquel Amorós le dedica un estudio historiográfico, centrado en las encrucijadas en las que Durruti, y en definitiva todos los libertarios, se vieron envueltos durante la Guerra Civil en Durruti en el laberinto(Muturreko burutazioak,2006).
-La novela policíaca "El hombre que mató a Durruti", de Pedro Paz, es también muy recomendable.


Pepe Gutiérrez

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