Uno de los tantos escupe-sentencias, enojado con el mundo y con él mismo, una vieja ruina de tantas batallas imaginarias, desilusionado y escéptico en la miseria del cotidiano problema de vivir, me decía que la rebelión hoy no existe, que hablar de eso era anacrónico, cosa del siglo pasado.
Mi amigo, recordando su pasada militancia y soñando con los ojos abiertos, entre un vaso y otro, me confirmaba la intención de no hacer nada. Ni esperar, simplemente no hacer nada. Trabajando para vivir, mirando pasar la vida.
La tristeza de ésta afirmación tiene para mí, una parte de entendible.No hace mucho tiempo, un tipo (creyendo hacer una crítica severa) me decía: ¿qué cosa grande harás? Es mi supuesta inmadurez, capaz, el patrimonio más grande que tengo, la cosa más grande que tengo, la cosa más linda de mi vida. Yo no sé qué cosa grande haré, pero quiero continuar con el entusiasmo del niño que descubre el mundo y no quiero envejecer elaborando justificaciones del no hacer.
La acción, en el fondo, tiene siempre una cosa de arriesgado. El escepticismo es una de las filosofías más profundas, pero, como todo lo que es elevado, pierde muy rápido el contacto con la realidad, con las cosas simples y concretas que también son importantes y fundamentales y que son parte de la vida de todos.
El escéptico no las considera. En el ardor de su propia hipótesis sobre el mundo, avanza sin dudas, sin contradicciones.
Los otros se cansan en ganar consecuencias, ellos miran con superioridad y se vuelven a mirar en la absoluta frialdad de lo que son. Así termina por encontrarse perfecto, seguro, lejos de todo conflicto desagradable. Pero no se da cuenta que es simplemente un tipo sin valor ni ánimo y que está cansado. Un feroz conservador.
Alfredo M. Bonanno
25 abr 2011
El escéptico
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